Frente al mar. Vivieron 14 años en una icónica casa-cueva, pero una intendencia quiere demolerla
La Nación
Richard Milberg (80) y su mujer, la artista plástica Griselda Maymo Planas (72), precisaron 10 años de obra y remodelaciones para convertir una gruta sobre la playa en un hogar digno de una revista de diseño. El trabajo fue intenso, pero finalmente lo lograron. En las últimas dos décadas, su casa-cueva en Punta Ballena, Maldonado, apareció en la tapa de Living, así como también en numerosos medios internacionales, programas de televisión y en un libro de arquitectura. Incluso se la puede reconocer en una escena de la serie El Presidente.
Pero la historia de esta particular estructura abovedada de roca, a la que sus creadores bautizaron como Casa-Escultura, parece estar llegando a su fin. Luego de haber vivido allí 14 años, el matrimonio argentino-uruguayo recibió en 2017 la denuncia de un vecino por haber construído en un área no regularizada y sin título de propiedad. A la denuncia siguió un juicio con la intendencia que se prolongó por más de 10 años. Las confrontaciones legales finalizaron hace pocos meses, cuando el abogado de Milberg le informó que ya no tenía sentido seguir insistiendo. Finalmente se efectivizó la orden de desalojo, que, según su propietario, culminará en la demolición del lugar.
Milberg y Maymo Planas dejaron de vivir en la Casa-Escultura hace ya seis años. En medio del conflicto legal, decidieron donar la propiedad a la Intendencia de Maldonado. De todas formas, ambos se oponen con fervor a su demolición. “Se ha convertido en un hito turístico de Punta Ballena. Atrae a muchísimos turistas todos los veranos. Es una pena que un lugar tan destacado y aclamado sea tirado abajo sin ningún propósito. Aparte, como está construida parte con la roca natural y parte con roca puesta, va a ser un desastre la demolición”, asegura él, que vive hace más de 20 años en Punta del Este. Desde que dejaron la cueva, el matrimonio se mudó a una casa ubicada a unas pocas cuadras. Mientras, Milberg mantiene un comodato con el municipio: la casa con techo y paredes de roca funciona como centro cultural y él es su administrador. Organiza allí desde exposiciones de arte, talleres y conciertos, hasta reuniones del campeonato local de Petanca.
“La intendencia va a tirar abajo una casa que es suya y que, además, no interfiere con el paisaje. Realmente me apena. Aparte de ser muy linda, se puso mucho esfuerzo y mucha plata ahí”, sigue.
Un pescador asustado y un sueño hippie
Antes de ser una casa, la gruta de la playa de la Rinconada del Portezuelo fue durante más de cuatro décadas el depósito de Emilio Etilio Pereira, un pescador histórico de la zona. El hombre y su esposa vivían a pocos pasos del refugio, en una casilla prefabricada que ellos mismos habían montado. A medida que Punta del Este iba poniéndose de moda, su modesta vivienda de chapa comenzaba a rodearse de inmensas casas de veraneo.
Pero todo cambió después del huracán de 2005. Asustados por los vientos que azotaron su propiedad y por las olas que impactaron sobre su fachada, el pescador y su mujer, que ya superaban los 80 años, decidieron dejar la zona. Griselda los conocía. Desde hacía décadas que sus padres tenían una casa de verano en la zona. Y justo cuando Pereira estaba dejando su casa, se topó con ella.
“Había fallecido el papá de Grisel y su mamá quería desprenderse de la casa familiar que tenían en Punta Ballena -recuerda Richard-. Ya hacía un tiempo que salíamos. Ella estaba muy triste. Entonces, el viejo pescador, al verla así, le propuso venderle la cueva. La conocíamos de vista, era un agujero en la piedra, nada más. Y bueno, ¡Grisel quería la cueva!”.
Pereira le vendió los derechos de posesión de la gruta a la pareja. Para entonces, Milberg se había instalado desde hacía poco en Uruguay, después de décadas de girar por el mundo. Tras abandonar de joven su carrera de abogacía, vivió en Estados Unidos, Chile, España. Fue comisario de a bordo, trabajó con terapias alternativas, arregló barcos. Luego vendió arte, antigüedades, alfombras. Todo fue cambiante en su vida, hasta que sentó cabeza en Punta del Este, más precisamente, en una cueva.
El precio a pagar por la gruta y la casilla contigua fue de US$3500. Unos amigos del matrimonio pagaron US$2500 y se mudaron a la casa -la que fue demolida por la intendencia el año pasado- y ellos agregaron los restantes US$1000 y se quedaron con la cueva. Para empezar la construcción, primero tuvieron que extraer todo lo que había allí dentro. “No tenía puertas ni ventanas ni nada: era un agujero donde este hombre depositaba sus artefactos de pesca, y estaba lleno de basura. Sacamos cinco contenedores de basura de ahí”, cuenta Milberg.
El principal temor de la pareja era la subida del mar. Según habían llegado a investigar, la marea más alta que había habido en esa playa había llegado a los 1,65 metros de agua dentro del lugar. Fue por eso que sus nuevos habitantes decidieron colocar abajo la cocina, el living y el comedor, y construir arriba una segunda planta para el dormitorio, el baño y el escritorio.
“Originalmente, la cueva tenía un techo, una planchada que le habían puesto al pescador para guardar sus cosas. Nosotros usamos esa planchada como piso para construir encima la parte de arriba. Hicimos el segundo nivel respetando la altura de la piedra. Quedó mimetizada con el paisaje. Y diseñamos las ventanas de tal forma que, si venís caminando por la playa, no las ves, porque todas miran al mar”, detalla.
Los mejores atardeceres y la intimidad con el mar
Hace ocho años, el hijo de Richard, el periodista y director de la Revista Forbes Argentina Alex Milberg, escribió un artículo llamado “Mi Viejo y el Mar”, donde cuenta la historia de su padre y también rememora noches eternas sobre la playa de la casa-cueva junto a su familia, compartiendo anécdotas e iluminados por los fuegos artificiales de los vecinos de la zona.
“Mi viejo vive en una cueva -escribió en 2015-. Cuando lo cuento, tengo que explicar que no es una metáfora. Desde hace doce años despierta y duerme con el ruido de las olas que rompen a veinte metros de su puerta. Algunas noches de tormenta y marea alta, el agua superó las fortalezas de piedras y llegó a inundar veinte centímetros de la planta baja”.
“Cada vez que puedo, viajo con mi familia a pasar Año Nuevo en la cueva. De día, disputamos con vehemencia nuestro campeonato anual de tejo. A la noche, en una parrilla diminuta, mi viejo prepara un cordero, Grisel unas ensaladas. Si no hace frío y la marea está baja, armamos la mesa en la arena”, sigue el texto.
Milberg y Maymo Planas disfrutaron de la casa durante 14 años. “Hemos visto ballenas, delfines saltando en el horizonte y los atardeceres más hermosos que se pueda soñar”, contó él a LA NACION. Recuerda con especial añoranza las mañanas en su terraza, desde donde observaba las olas romper y, un poco más adelante, los jinetes paseando a caballo por la arena.
Hoy, a sus 80 años, no elegiría habitar la cueva. “Vivir en la playa es muy lindo, pero también es muy fuerte. A esta altura del partido, no sé si me la banco. Bajar la leña en invierno, por ejemplo, era complicado. Nos pasó un par de veces, en una tormenta, que entrara agua y arena por la puerta de enfrente, pero muy poca. Directamente salimos por la otra puerta y volvíamos cuando bajaba”, recuerda, entre risas.
Desde hace cinco años que la casa-cueva funciona como centro cultural, bajo el nombre de Casa-Escultura. La orden de desalojo que recibieron es parte de una campaña de regularización de propiedades que la intendencia viene practicando desde 2018. “Hay más de 2000 construcciones irregulares en la zona oeste del departamento. Hay más de 1000 solamente de la seccional de San Carlos para acá. Tenemos un equipo trabajando y recorriendo manzana por manzana para regularizar la situación. El año pasado encontramos más de 100 edificios sin regularizar. Era un relajo”, afirmó el intendente Enrique Antía cuando comenzó la iniciativa.
Milberg sostiene que, desde su perspectiva y la de muchos vecinos, el municipio debería hacer una excepción con la casa-cueva, no solo debido a su valor arquitectónico sino también al interés turístico que suscita y al rol cultural que cumple. Lo compara con el Águila de Atlántida, una escultura en roca con rostro de águila y cuerpo de delfín, ubicada sobre la playa de Villa Argentina. “El Águila es un monumento que no responde a ninguna medida arquitectónica de la costa ni está dentro de las reglas municipales de construcción y, sin embargo, es un hito turístico que miles de personas visitan. De igual manera, la Casa-Escultura es un hito turístico de Punta Ballena”, argumenta. La Nación.